Puse tu destino en la cornisa del mío. Nos habitamos allí, eternos, y en esa eternidad, logramos ser uno sin saber que el tiempo decidía que no podías ser mío.
Desde allí, me asomé al vacío que escogí para enterrarte y te dejé caer con la libertad de los que no aman. Observé para siempre tu caer. Observé tu alma encogerse a la distancia. Observé mis músculos tratando de saltar tras de ti. Observé a mi piel cobarde, enchinarse en la tristeza. Observé a mi alma tan perdida como contenta por dejarte ir.
Te solté. Te liberé en el infinito sin si quiera conocer tu nombre. Lo adivino en sueños y en nostalgias futuras. Lo repito en mis entrañas y lo olvido en un instante.
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